27 julio, 2006

Guerra espiritual

"Quiero en el Club de la Lucha a los más fuertes y más listos de la zona. Veo mucho potencial. Pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas, o siendo esclavos oficinistas. La publicidad nos hace desear coches y ropas. Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra ni una depresión, nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la TV que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock. Pero no lo seremos. Y poco a poco lo entendemos. Lo que hace que estemos muy cabreados." Extracto de la película El club de la lucha (David Fincher, 1999)

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Vida, placer, dolor y muerte

¡La lluvia es Dios! (V de Vendetta)No puedo ignorar la sangre ajena aunque no la vea, no es por morbo sino por consciencia, forma parte de mi. Todo ese dolor deliberado me crea una rabia de impotencia que hace que las risas se conviertan en burla cruel y en autocomplacencia. Sé que la muerte es la hija del dolor en un parto que puede dilatar el tiempo hasta el infinito, hasta el fin de la consciencia, sé que ese dolor se vivió y se está viviendo en algún lugar en este preciso instante, nuevamente ardo y mis ojos apagan esa llama. Es curioso observar como la vida se engendra con un placer casi cósmico y más tarde se la recibe con grandes dolores... ¿por qué la naturaleza no hizo que las mujeres parieran con placer?... es como si la naturaleza dijera: "tener hijos pero no demasiados" o "¡te engañé!", no sé... Mientras tanto nuevos fieles se incorporan a las filas del ejército de la vida en un mundo cada día más caótico por obra de sus padres, fruto de un proyecto de futuro. El futuro no existe, el no existir es muerte, proyectarse en el futuro es proyectarse en la muerte, es como aquella persona que nos dice o piensa que cuando se jubile o haga tal cosa su vida será mejor... suelo caer en este error, a veces se nos obliga. Proyectar nuestra vida en el futuro es la ilusión que nos hace seguir andando a rumbo fijo hacia el precipicio donde sucumbirá la humanidad.
Creo que después de la vida no hay más que gusanos que oxigenarán la tierra ultrajada y que las creencias que apoyan una continuación después de la muerte hacen que las personas esperen aletargadas algo mejor en el más allá sin valorar lo única e irrepetible que es la vida en la Tierra, tal vez por eso los grandes tiranos dicen ir de la mano de algún Dios. El bien debe nacer desinteresadamente, sin esperar nada a cambio ni siquiera en "otra vida". Y es que la mente es egoista, no quiere dejar de existir y ante la cruda realidad de una vida finita se proyecta sobre cosas, personas, creencias, ideologias, sobre el futuro, etc.. que le den la seguridad, siempre huyendo de si misma, huyendo de ese vacio individual pero común, buscando culpables a los que castigar fuera o buscando el sopor que produce sentir placer, un placer que nos sumerge en un estado de ignorancia ante el dolor haciendo que la mente olvide su mortalidad y crea ilusa tener una solución a su finitud, reforzandose el Yo que nos separa. La mente es alérgica a la consciencia del paso del tiempo porque es su talón de Aquiles, su "eterno" enemigo de viaje, su verdugo, tal vez por eso exista el aburrimiento, una especie de rechazo doloroso de la mente a reconocer la realidad de si misma. Creo que ese dolor lo venceremos sin miedo, aceptando nuestra muerte física y psíquica aquí y ahora, entonces resurgirá como el Ave Fénix un nuevo sentimiento con el que comenzaremos a valorar realmente la vida, tanto propia como ajena.
"La vida es la constante sorpresa de ver que existo." Rabindranath Tagore

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24 julio, 2006

Eskorbuto - Os engañan

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03 julio, 2006

Yo y el mundo

"El hecho de que yo exista prueba que el mundo no tiene sentido. ¿Qué sentido, en efecto, podría yo hallar en los suplicios de un hombre infinitamente atormentado y desgraciado para quien todo se reduce en última instancia a la nada y para quien el sufrimiento domina el mundo? Que el mundo haya permitido la existencia de un ser humano como yo prueba que las manchas sobre el sol de la vida son tan grandes que acabarán ocultando su luz. La bestialidad de la vida me ha pisoteado y aplastado, me ha cortado las alas en pleno vuelo y me ha negado las alegrías a las que hubiera podido aspirar. Mi ardor desmedido, la loca energía de la que he hecho alarde para brillar en esta vida, el hechizo demoníaco que he padecido para adquirir una aureola futura, y todas mis fuerzas derrochadas para obtener un restablecimiento vital o una aurora íntima —todo ello ha resultado ser más débil que la irracionalidad de este mundo, el cual ha vertido en mí todos sus recursos de negatividad envenenada. La vida no resiste apenas a una alta temperatura. Por eso he comprendido que los hombres más atormentados, aquellos cuya dinámica interior alcanza el paroxismo y que no pueden adaptarse a la apatía habitual, están condenados al hundimiento. En el desarraigo de quienes habitan regiones insólitas hallamos el aspecto demoníaco de la vida, pero también su insignificancia, lo cual explica que ella sea el privilegio de los mediocres. Sólo estos viven a una temperatura normal; a los otros les consumen un fuego devastador. Yo no puedo aportar nada al mundo, pues mi manera de vivir es única: la de la agonía. ¿Os quejáis de que los seres humanos sean malvados, vindicativos, ingratos o hipócritas? Yo os propongo, por mi parte, el método de la agonía, que os permitirá evitar profesionalmente todos esos defectos. Aplicadlo, pues, a cada generación —los efectos se manifestarán inmediatamente. Quizás así sea yo también útil a la humanidad...

Mediante el látigo, el fuego o el veneno, obligad a todo ser humano a realizar la experiencia de los últimos instantes, para que conozca, en un atroz suplicio, esa gran purificación que es la visión de la muerte. Dejadle luego irse, correr aterrado hasta que se caiga de agotamiento. El resultado será, sin duda alguna, más brillante que el obtenido mediante los métodos normales. ¡Lástima que no pueda yo hacer agonizar al mundo entero para purgar de raíz a la vida! La llenaría de llamas tenaces, no para destruirla, sino para inocularle una savia y un calor diferentes. El fuego con el que yo incendiaría el mundo no produciría su ruina, sino una transfiguración cósmica esencial. De esa manera la vida se acostumbraría a una alta temperatura y dejaría de ser un nido de mediocridad. ¿Quién sabe si incluso la muerte no dejaría, dentro de ese sueño, de ser inmanente a la vida?

(Escrito el 8 de abril de 1933, el día en que cumplo veintidós años. Experimento una extraña sensación al pensar que soy, a mi edad, un especialista de la muerte.) " Cioran, Emile Michel - En las cimas de la desesperación (1934)

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