14 abril, 2006

Compra ... y sé feliz



"Eres un verdadero creyente.
El Estado te bendice,
las masas te bendicen.

Eres la creación de la divinidad,
creado a la imagen del hombre,
por las masas, para las masas.

Demos gracias por tener un trabajo que cumplir.
Trabaja duro, aumenta la producción,
evita los accidentes.

Demos gracias por tener comercio.
Compra más, compra más,
Compra ... y sé feliz."

Extracto de la película THX 1138 (George Lucas, 1970)

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ENTRADA CON 2 COMENTARIOS

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Blogger Shay dice lo siguiente:

Fitter, happier, more productive...

domingo, abril 16, 2006 4:38:00 p. m.  

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Blogger zen dice lo siguiente:

FISONOMIA DE UN CORTO SIGLO
Carlos Javier Maya Ambía*

* Director del Doctorado en Ciencias Sociales,
Universidad Autónoma de Sinaloa. Prol. Josefa Ortiz de
Domínguez s/n, Ciudad Universitaria, Culiacán, Sinaloa,
México. C. P. 80040. Teléfono y fax: (67) 16 13 41.
Correo electrónico: maya@uas.uasnet.mx
Página electrónica: http://www.uasnet.mx/dcs/



Por una suerte de sinécdoque anatómica, han pasado a la historia personas fácilmente identificables por algún rasgo o parte de su cuerpo. En nuestro siglo basta recordar, como ejemplos, las piernas de Marlene Dietrich, la nariz del general De Gaulle, los mofletes de Mao, las barbas de Fidel o los senos de Sofía Loren. De manera análoga podría intentarse explorar qué partes del cuerpo del siglo XX, próximo a su fin, resaltan tanto que serían señas inconfundibles para identificarlo, ahora o en un incierto mañana. Es de esperar que en esta exploración aparecerán no uno, sino varios buenos candidatos.

Corriendo conscientemente el riesgo de que nuestro esfuerzo sea incompleto, aventurémonos a despojar de sus ropas algunas partes de la anatomía de este siglo, atinadamente llamado corto, por Eric Hobsbawm, pero sin duda demasiado largo por las atrocidades que ha traído consigo.

En esta imaginaria fisonomía descubriríamos primeramente, como un aspecto innegable de nuestra época, el egoísmo posesivo y más específicamente el egoísmo consumista. Los pocos, que tienen demasiado, viven para consumir en el presente o para asegurar su consumo y el de su familia en el futuro. Los muchos, que tienen muy poco, sufren y se rebelan para alcanzar los niveles de consumo de la minoría. Por cierto, no les preocupa ser más valiosos como seres humanos, sino consumir más, lo cual puede ciertamente ser justo, pero de ninguna manera suficiente para llenar una vida.

Por otra parte, los grandes problemas ecológicos actuales provienen del consumo exagerado e irracional. Por ello, Eric Fromm tiene razón cuando habla de sociedades y formas de vida basadas en "el tener", por oposición a "el ser". Nuestra sociedad se ha basado obviamente en el tener y la mayoría de los conflictos de nuestros días han nacido por alguna cuestión ligada al tener: tener dinero, poder, tener la verdad o la razón, tener recursos naturales..., tener lo que se pueda tener.

Tratándose de los bienes materiales se tiene algo para consumirlo ahora o después, inmediata o paulatinamente, para evitar que otra persona lo consuma; se tiene hoy para tener más mañana.

El consumismo egoísta no es el consumo natural necesario para una vida digna, sino la interminable carrera hacia una meta que se aleja conforme avanzamos, como si con el sol a nuestras espaldas persiguiéramos vanamente nuestra sombra. Se trata del "deseo", denunciado por Buda como raíz de todo sufrimiento y condenado por el decálogo hebreo cuando se refiere al desear la propiedad ajena.

Así, una sociedad que sólo consume y que no destina suficientes fondos de la riqueza social al ahorro para que éste se convierta en inversión, está destinada al estancamiento. Sin embargo, si se considera el escenario en su conjunto y a largo plazo, el consumo se mantiene como el objetivo principal, pues se ahorra y se invierte para producir lo que habrá de ser consumido después, pero cuando no hay consumo emerge lo que en economía se llama crisis de realización.

En el ámbito del consumo debe mencionarse cierto tipo de satisfactores, cuya característica es el proporcionar lo que sugeriría llamar placeres espurios o vicarios, ligados profundamente con la soledad, otra de las características de nuestra época. Pienso, por ejemplo, en la vivencia de experiencias ajenas para suplir la inexistencia de las propias, sobre todo placenteras o emocionantes; terreno en el que el cine y particularmente la televisión ha venido a jugar un papel de primera línea, pues la gente llega a vivir no tanto su vida, sino la de sus personajes de telenovela. En el futuro próximo, seguramente esta situación se agravará mediante el uso indebido de la realidad virtual; peligro sobre el que ya empiezan a escucharse algunas voces de advertencia. Por ahora, entre los placeres espurios destacan ciertas prácticas sexuales y el consumo de drogas. Lo distintivo de este tipo de satisfactores es la total despersonalización. Tal es el caso de placeres como los obtenidos en las salas de peep-show, donde la única diversión consiste en ver -sin ser visto- desde una cabina a una mujer semidesnuda o desnuda que baila eróticamente al compás de la música. Algo análogo, aunque quizá menos despersonalizado, ocurre con las table-dancers, donde se puede ver con la cercanía suficiente para estimular las más desmesuradas fantasías eróticas, pero sin tocar; triste renuncia al más poderoso de los sentidos. Por otra parte, el polémico tema de las drogas viene a constituir un grave estigma de nuestra época. En general, puede decirse que el consumo de estupefacientes es producto de la insatisfacción del drogadicto con la realidad. En su abismal soledad su única compañía es la droga, que le permite penetrar a un mundo ficticio, pero agradable, y, sobre todo, que le brinda la seguridad de sentirse a salvo, fuerte y supuestamente feliz.

Nadie pretendería afirmar que es fácil sustraerse del consumismo, pero tampoco es inevitable caer en él. Aquí cabría recordar a la escritora sudafricana, galardonada con el Premio Nobel de Literatura 1991, Nadine Gordimer, quien aconseja: "Entender a Shakespeare libera de la credulidad que nos pone en poder del gran tendero que gobierna el mundo, que nos hace vendernos baratos a la ilusión". ¿Por qué Shakespeare? Sin duda, porque nadie como él ha conocido tan profundamente las pasiones que agitan al alma humana.

Analizar el fenómeno del consumismo nos conduce al tema del deseo, mientras que el desciframiento del enigma del deseo nos acerca poderosamente al corazón de la sabiduría: sabio es el que tiene deseos y sabe dejar de tenerlos, pero jamás es tenido por ellos. Casi podría afirmarse que la naturaleza de una sociedad queda al descubierto por el tipo de deseos que reproduce en sus miembros y la jerarquía de deseos que motiva sus acciones, tanto las más cotidianas y aparentemente triviales como las más extraordinarias y supuestamente importantes.

Pero no sólo hay que consumir, sino hacerlo de prisa. El apresuramiento, padre de los errores, encuentra terreno fértil en una sociedad que rinde culto a la velocidad, donde la obsolescencia de todo (productos, modas, conocimientos, técnicas, etcétera) se convierte en una espada de Damocles que amenaza a todas las cabezas. Por ello, no es casual que el automóvil se haya erigido, sobre todo en la segunda mitad del siglo, en el símbolo por excelencia de estatus, éxito personal y profesional, llave de acceso a bellas mujeres, a mansiones palaciegas, a respeto y reconocimiento generales. El resultado ha sido que el culto idólatra a la velocidad produce la sensación de carencia de tiempo, y al tener cada vez menos tiempo el ser humano se tiene menos a sí mismo. Corremos, como el Conejo Blanco, mirando el reloj y olvidamos las palabras del Sombrerero a Alicia en El país de las maravillas: "El Tiempo no tolera que le den de palmadas. Si en cambio, te llevaras bien con él, haría cuanto quisieras con tu reloj..." Nuestro reto es ese: aprender a llevarnos bien con nuestro tiempo. Pero de esto, poco o nada, nos ha enseñado el siglo XX.

Otro aspecto conspicuo de nuestra edad es la intolerancia en diversos terrenos, como son religión, ideología, cultura, política, etcétera. Esto es más grave por haber parecido que se superó en el siglo anterior. Una comprensión cabal de la intolerancia nos ayudaría a explicarnos muchas patologías sociales en curso. A manera de hipótesis, me parece que la intolerancia nace de la inseguridad y falta de confianza en uno mismo: no tolero que alguien piense distinto a mí por temor a que llegue a convencerme y me obligue a ver el mundo de manera diferente, lo que equivaldría a perder "mi" mundo actual, que estallaría en el aire hecho añicos. La intolerancia, así mirada, parece muy cercanamente emparentada con el miedo, concepto clave que nos conduce a otra marca de nuestro tiempo y que ya hemos encontrado en el fondo de otros rasgos suyos: la soledad.

Paradójicamente, la sociedad de masas, a pesar de la proliferación y sofisticación de los medios de comunicación, ha conducido a los individuos a la soledad, si bien no al aislamiento físico, sin duda al amurallamiento espiritual, que no es otra cosa más que la incapacidad de compartir nuestras vivencias; aunque en muchas ocasiones ni siquiera tenemos vivencias auténticas, sino que éstas se ven violentamente desplazadas por las vivencias espurias antes mencionadas, buscadas por las personas sencillamente debido a la monotonía de sus vidas, a su falta de talento y de valor para mostrar su alma a quien se interese en conocerla. Se actúa de esta manera por miedo a que se resquebraje un pobre ídolo de barro: el de nuestra propia imagen, tan falsa como vulnerable. Debemos advertir que, si consideramos el punto con mayor detenimiento, podríamos reconocer que no es propiamente nuestra imagen lo que está en juego, sino la que los demás (la familia, la sociedad, la escuela, el trabajo, las costumbres) han construido de nosotros y que por diversos mecanismos hamos llegado a creer que es nuestra. Tememos que la desaparición de esta imagen signifique nuestra propia desaparición. Este recóndito miedo es el que nos obliga a rechazar todo aquello que sea el-ser-de-otro-modo.

Al hablar de la soledad no pensamos en la soledad sonora de san Juan de la Cruz, ni en aquélla que le permite a Lope de Vega encontrarse a sí mismo y dar alas a sus pensamientos. Es la soledad que siente Alicia cuando en el fondo del pozo al que ha caído exclama: "¡Cómo me gustaría que de verdad se asomasen al pozo! ¡Estoy tan cansada de estar sola aquí abajo!" Nuestro siglo no ha propiciado la soledad madre de la dianoia, sino aquélla que aísla, incomunica, deprime, que nos sume en un pozo, que nos cansa, como al personaje de Lewis Carroll, y sólo deja paso franco a la tristeza y al reconocimiento de que nadie está próximo para estrechar una mano de amistad, de amor o de consuelo. Es la soledad en medio de la muchedumbre, la ausencia de sonidos en una avalancha de ruidos, el vacío de significados en un mar de signos.

Enlazado con la soledad aparece el aburrimiento. Éste se presenta en nuestras relaciones interpersonales, así como en las actividades que emprendemos. Nace del desinterés por lo que hacemos o por las personas con quienes nos relacionamos, bien sea momentánea o permanentemente. Dicho desinterés puede tener su origen cuando la persona, actividad o situación en cuestión, no estimula nuestra creatividad, que es quizá lo único que puede acercarnos un poco a la divinidad. La creatividad, empero, sólo emerge cuando es estimulada por un desafío; por algo que consideramos como una cuestión de vida o muerte y optamos decididamente por la vida. Desde luego que no necesita ser la vida física personal, puede ser nuestra vida como artistas, científicos, deportistas, artesanos, trabajadores, como pareja, padres, amigos, etcétera. En todos los casos se trata de la fuerte sensación de que sin responder a ese desafío no podemos seguir sintiéndonos lo que somos o pretendemos ser en determinado ámbito; no podemos percibirnos verdaderamente vivos. Si esto es correcto, entonces podría pensarse que el mejor punto de partida para dejar a un lado el aburrimiento es tener la sensibilidad suficiente para encontrar desafíos cuyo enfrentamiento contribuya a enriquecer nuestras vidas. Mientras que, por otra parte, caer presa del aburrimiento abre la puerta a peligros mayores, pues según nuestro carácter, educación, valores morales, circunstancias, etcétera, los caminos para salir del aburrimiento no siempre son los mejores, personal y socialmente hablando. Nuestra época muestra que numerosos delitos han sido cometidos por personas que simplemente se encontraban aburridas y buscaban "divertirse" para acabar con el tedio. Así hoy, cuando aparentemente hay más posibilidades de diversión, entretenimiento y esparcimiento que en cualquier otra época de la historia, existen más hombres y mujeres, de todas las edades, mortalmente aburridos.

Egoísmo posesivo y consumista, apresuramiento, insatisfacción, intolerancia, soledad y aburrimiento, no constituyen toda nuestra realidad finisecular. Desde luego que también, como en todo rostro, podemos descubrir en el del siglo XX rasgos bellos y agradables. Los avances científicos, aunque no siempre sus aplicaciones, serían un buen ejemplo. El hecho de que, terminada la Guerra Fría, no existan guerras entre estados y el que, por lo menos formalmente, en todas partes se acepte a la democracia como el sistema político deseable, son igualmente síntomas esperanzadores. Por desgracia estos elementos, luminosos por sí mismos, son ensombrecidos por los que aquí se han destacado. Con ellos no pretendo concluir un retrato definitivo de nuestro siglo. Pero sin duda son suficientes para identificar el angustiado rostro de una centuria que llegó preñada de promesas y termina su camino parida de desencantos. Ella y sus rasgos no tienen que perdurar en el futuro. Por fortuna, nada de lo arriba esbozado es fatal, ni destino inexorable. Los antídotos contra todos estos y otros males se encuentran en nosotros mismos. Pero para descubrirlos tenemos que despojarnos de todas las máscaras y atrevernos a ser auténticos y sinceros cada día y en cada circunstancia. Hablar de esto ahora con mayor detalle nos llevaría muy lejos. Baste apuntar que quizá haríamos bien en emular a nuestro gigantesco Alfonso Reyes y, como él, oponer a la barahúnda el escogido silencio y tomar la miel más delgada para triaca del veneno.

Fuente:
http://ergosum.uaemex.mx/noviembre98/maya.html

martes, septiembre 11, 2007 3:16:00 a. m.  

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